En un mundo cada vez más enfocado en resolver conflictos de manera pacífica y fuera del ámbito judicial, resulta clave hablar de un concepto que muchas veces pasa desapercibido: la autonomía privada, entendida como el derecho que tenemos las personas a decidir sobre nuestros propios asuntos dentro de ciertos límites legales y éticos, la que da sustento a los mecanismos alternativos de resolución de conflictos tanto nominados, como la conciliación o el arbitraje, como innominados, como la negociación en trato directo que, hoy por hoy aparece como una etapa dentro de la Negociación Colectiva.
¿Qué es la autonomía privada?
La autonomía privada, entendida como la capacidad que tenemos las personas organizar nuestras relaciones jurídicas, se encuentra en la base de todo lo que hacemos no solo cuando firmamos un contrato sino, también, desde el momento mismo en que arribamos a acuerdos o buscamos resolver un problema sin ir a juicio. Y aunque no siempre esté escrita de forma explícita en las Constituciones Políticas, se reconoce como un derecho fundamental al encontrarse ligado a la libertad de acción, al libre desarrollo personal y a la posibilidad de elegir cómo queremos relacionarnos con otros, incluso en momentos de conflicto.
Del papel a la práctica: autonomía que se vive
Hoy en día, este principio no solo se aplica al mundo empresarial o patrimonial. Se extiende también a otros espacios de la vida en común, como las relaciones familiares, vecinales o laborales. Y, en especial, tiene un rol muy importante en los métodos alternativos de solución de conflictos, conocidos por ser más rápidos, menos costosos y más flexibles que un juicio, ya que se basan en el reconocimiento de que las personas pueden —y deben— ser protagonistas de la solución a sus propios problemas. Es decir, tienen la capacidad para decidir qué es lo mejor, siempre con información clara y condiciones justas.
Autonomía ≠ soledad: la importancia de la asesoría
Pero tener autonomía no significa que uno tenga que arreglárselas solo. Para ejercerla bien, es fundamental tener información suficiente y contar con una asesoría legal adecuada. Solo así las decisiones que tomamos realmente expresan nuestra voluntad y no están marcadas por presión, desconocimiento o desventaja frente a la otra parte.
En muchos casos, los acuerdos firmados en procesos conciliatorios pueden terminar siendo más perjudiciales que beneficiosos, no porque el mecanismo sea malo, sino porque no se explicó bien el alcance de lo que se estaba firmando o porque la persona no entendía sus derechos con claridad. De allí nace la necesidad de reforzar una cultura de paz basada en el respeto a la autonomía, pero también de acompañamiento responsable.
Trato directo: autonomía con guía experta
Uno de las etapas más valiosas dentro de los mecanismos alternativos de solución de conflictos es el trato directo, en el cual las partes buscan llegar a un acuerdo sin pasar por un procedimiento judicial y que se formalice en un acuerdo conciliatorio. Es una forma flexible de diálogo que puede ahorrar tiempo y evitar litigios innecesarios, siempre que se lleve a cabo con asesoría técnica que permita negociar con conocimiento de causa.
Aquí es donde se ve con mayor claridad la autonomía en acción: no se trata de imponer una solución desde fuera, sino de construirla con base en lo que cada parte necesita, en lo que puede ceder y en lo que no está dispuesta a negociar. Por eso, más allá de la firma en un papel, lo esencial es que las partes realmente comprendan lo que están aceptando.
¿Por qué es importante hablar de esto?
Porque cada vez es más común escuchar que alguien firmó una conciliación y, luego, siente que eso le trajo más problemas que soluciones. Esto ocurre porque muchas veces se confunde la rapidez con efectividad, o la paz aparente con una verdadera justicia, o cumplimiento de un requisito de procedibilidad con la verdadera intención del acuerdo.
Al fortalecer la autonomía —entendida como la libertad de decidir bien informado y sin presiones— también fortalecemos la legitimidad de los acuerdos, evitamos conflictos posteriores y contribuimos a una cultura de paz más sólida y sostenible.